lunes, 7 de diciembre de 2009

De la luz a la luz

Al día siguiente de nuestro encuentro con Gamoneda, Paco, de la mano de “Esta Luz”, la poesía reunida del maestro Gamoneda, marcaba las referencias poéticas sobre las biográficas y estas sobre las geográficas. (Paco es la wikipedia gallega y gamonediana, una lumbrera, que diría un castizo.) Así, hora a hora, leyendo al punto los versos convenientes del poeta, cartografiando su vida poética sobre el mapa de León, sus calles, sus lugares, pasamos el resto de nuestro peregrinaje a tierra santa.

La mañana del sábado, especialmente luminosa, dejamos nuestra posada, el hostal Don Suero, a medio camino entre la estación de FEVE, la del tren de Matallana, y el Parador de San Marcos, el penal durante la guerra y más allá, con paso decidido hacia nuestra primera estación, el soto de Boñar. Compramos la prensa, sacamos los billetes y tomamos asiento. Este es un tren ahora moderno, los vagones son un sinfín abiertos unos a otros y su carcasa es casi del todo transparente. Su recorrido camina entre León y Cistierna. El tren parte a las diez menos cinco y el pasaje ida y vuelta cuesta 4,95€. Paco, siempre solicito, abre “Esta luz” y lee al poeta…

A las ocho del día en febrero
aún es de noche.
No hay aún luz en los vagones, sólo
oscuridad y aliento.
No nos vemos: sentimos
la compañía y el silencio.

En el andén estalla la campana.
Nos sobresalta la crueldad de un silbido.
Tiemblan las sombras. Todo vuelve
a un antiguo sentido.

Nos dan la luz amarillenta y floja.
Salimos
de la oscuridad como del sueño:
torpemente vivos.

Este es un tren de campesinos viejos
y de mineros jóvenes. Aquí
hay algo desconocido.
Si supiésemos qué, algunos de nosotros
sentiríamos vergüenza, y otros esperanza.

Se está haciendo de día. Ya
veo los montes dentro de la sombra,
los robles, del mismo color del monte,
la yerba vieja, sepultada en escarcha,
y el río, azul y silencioso
como un brazo de acero entre la nieve.

Cruzan los pueblos de sonido humilde:
Pardavé, Pedrún, Matueca…

Cuando bajo del tren, siento frío.
He dejado mi casa. Ahora estoy
solo. ¿Qué hago aquí?, ¿quién me espera en
este lugar excavado en el silencio?
No lo sé; con el tren se aleja
algo que es cierto aunque no puede ser pensado;
es algo mío y no me pertenece.
Está dentro y fuera de mi corazón.

(Ferrocarril de Matallana. De Exentos I)


Miramos por las ventanas, hablamos, tomamos algunas fotografías y seguimos lentos el paisaje cambiante desde las vías eternas, mientras otros pasajeros suben y bajan de los apeaderos y estaciones, muchos en Matallana. El paisaje es duro y agreste, pero el sol de este septiembre lo dulcifica. A las once, poco después de cruzar el cauce del río Curueño, llegamos a Boñar. Curioseamos por la población. Almorzamos como es debido: un buen café y un buen pinchín de tortilla con su pan. Luego seguimos el paseo, y un poco al albur llegamos a la vega del río Porma a su paso por Boñar. Paco, presto, rememora que en este paraje del soto de Boñar —y según palabras del propio Gamoneda— se le "aparecieron" estos palabras: el óxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición...

El óxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición.

El olvido entró en mi lengua y no tuve otra conducta que el olvido,

y no acepté otro valor que la imposibilidad.

Como un barco calcificado en un país del que se ha retirado el mar,

escuché la rendición de mis huesos depositándose en el descanso;

escuché la huida de los insectos y la retracción de la sombra al ingresar en lo que quedaba de mí;

escuché hasta que la verdad dejó de existir en el espacio y en mi espíritu,

y no puede resistir la perfección del silencio.

No creo en las invocaciones pero las invocaciones creen en mí:

han venido otra vez como líquenes inevitables.

La fermentación del verano se introduce en mi corazón y mis manos se deslizan cansadas en la lentitud.

Vienen rostros sin proyectar sombra ni hacer crujir la sencillez del aire;

sin osamenta ni tránsito, como si consistieran únicamente en el contenido de mis ojos, en la unidad de mis palabras, en el espesor de mis oídos.

Son obedientes y yo siento su reunión como una salud que se refugia en la oscuridad.

Es una amistad dentro de mí mismo;

es un estambre urdido por manos que son suaves en el interior de los días.

(De Descripción de la mentira)


Hace ya rato que estamos de vuelta, nos movemos con el tren y Paco recita sobre su vaivén otro poema del maestro, Un tren sobre la tierra.

Voy en el tren hacia mi casa.

Los cabellos ásperos de mi madre
están rodeando su rostro sobre la almohada
y su viejo cuerpo ha caído en el sueño.

Cuando yo encienda la bombilla, ella
dará un grito de espanto y amor
y en la habitación habrá una gran luz amarilla
en la que viviremos abrazados.


Ahora voy en el tren
y en el departamento hay cuatro seres humanos.

Bajo el número cuarenta y cuatro,
una mujer hinchada de tristeza.

Bajo el número cuarenta y cinco,
un viejo arde en su mirada roja.

Bajo el número cuarenta y siete,
un hombre duerme con un gran capazo.


La ventana es una lámina negra.
Vuelvo a mirar hacia mis compañeros:

La mujer respira muy dulcemente;
el aire sale de su corazón.

El viejo cierra la mirada y duerme.

El hombre saca de comer, despacio.


Ahora estamos en paz en el departamento.
Yo me siento ir hacia mi casa
y cada uno siente que se aleja o que vuelve.

El tren avanza bajo la noche
y vamos juntos atravesando la tierra.

(De Blues Castellano)


A la tarde, ya regresados a León, hacemos un alto en el Parador Hostal de San Marcos. Este albergue de peregrinos, ahora suntuoso hotel, ha sido también prisión y penal. Para Quevedo, ¡siglo de oro!… para los no sublevados, durante la guerra y después, para su depuración de pureza… Cerca de allí, al otro lado del puente sobre el río Bernesga, en el Barrio El Crucero vino a vivir el niño Antonio Gamoneda desde Asturias a León, al nº 4 de la carretera de Zamora (ahora nº 6 de la Avenida del doctor Fleming). Desde sus balcones, veía el niño pasar las cuerdas de presos, sin vuelta, hacia San Marcos…

Sí… “Desde los balcones, sobre el portal oscuro, yo miraba con el rostro pegado a las barras frías… (El óxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición.”)

Ahora en ese portal oscuro hay una lápida conmemorativa al poeta, y sobre ella una esvástica pintada, fea e impune, y también conmemorativa… de la cobardía. Paco, siempre al tanto, abrió el poemario para recitar…

Desde los balcones, sobre el portal oscuro, yo miraba con el rostro pegado a las barras frías; oculto tras las begonias, espiaba el movimiento de hombres cenceños. Algunos tenían las mejillas labradas de grisú, dibujadas con terribles tramas azules; otros cantaban acunando una orfandad oculta. Eran hombres lentos, exasperados por la prohibición y el olor de la muerte.

(Mi madre, con los ojos muy abiertos, temerosa del crujido de las tarimas bajo sus pies, se acercó a mi espalda y, con violencia silenciosa, me retrajo hacia el interior de las habitaciones. Puso el dedo índice de la mano derecha sobre sus labios y cerró las hojas del balcón lentamente.)

(De Lapidas)


Antes de marcharnos, mientras Paco y yo estábamos detenidos frente al edificio, mirando desde la calle los balcones, pasó el tren regional cortando el tráfico hacia la estación de Renfe. Esos cruces de trenes, antiguos, daban la hora a los chiquillos en la infancia de Gamoneda.

Paco es también devoto de Borges y, para fortuna de ambos, nos encontramos con una exposición suya en la ciudad: “El Atlas de Borges”, lugares que fueron su asombro en una colección de textos del autor y fotografías, entre otros, de María Kodama. El espacio para la exposición es el actual Centro Leones de Arte (antiguo Instituto Provincial de Higiene, soberbio edificio con un vitral de Ramón y Cajal que merece la pena ver por sí mismo). Y ni aún fuera de ruta, nos falta Gamoneda, pues en el rellano del primer piso, a la entrada de la sala que alberga la biblioteca, hay inscrito un poema suyo…

Y la Tierra de Campos… Tierra siempre
trabajada y extensa y ofrecida:
azul oscuro de los cielos sobre
las eras amarillas.

Si os cruzáis con los hombres cuando vuelven
al pueblo rojo con la tarde encima,
si contempláis sus rostros
secos y arados como tierra viva,
comprendéis el destino y el cansancio.

Pero la tierra gira,
y, de pronto, es la paz; la paz tan solo;
la noche suspendida
y, a lo lejos, creciente en el silencio,
el Cea siempre con su voz antigua.

(León en la mirada. Breviarios de la Calle del Pez.)


(La tierra gira —¿y el cielo… verdad, Mercedes?—. )


No sería esta la última lápida conmemorativa aquella tarde que oscurecía ya…

EL EQUILIBRIO es ciego sobre la casa de las carnicerías. La simetría habla en cartelas y dinteles amenazados por la lepra. Conozco las cintas claras de los jóvenes reunidos en el ocio (bajo los hierros, con los párpados pesados y las manos vacías); conozco los geranios inclinados en las tardes de agosto y el mármol en el interior; conozco los cimacios y las miserias de los patios, y las escaleras que conducían hasta la vejez de cierta madre blanca entre las grandes maderas, sutil en las habitaciones atravesadas por sombras, triste en el corredor hasta llorar sobre sus manos (manos también vacías).

Ved los símbolos negros: pesan las flores en el corazón y los habitantes de la ciudad viven en vidas del pasado. (Días clavados dentro de los ojos, lenguas que hablan incesantes, como el hierro en circulos.)

(De Lápidas)


Hoy la Casa de las Carnicerías, en la plaza San Martín, rehabilitada, es la sede de una institución financiera, su sala cultural y de exposiciones. Desde allí, por las calles húmedas, desde la calle Matasiete a la calle Ancha, bajo otras lápidas, como la de D. Antonio Gómez de Lama, cercano a Gamoneda y fundador de la revista “Espadaña”, bordeamos la Catedral hasta la Fundación Sierra y Pambley, ligada a la Institución Libre de Enseñanza, cuya actividad fue dirigida por Gamoneda durante unos años hasta la desvergüenza de los malintencionados. Y así, otra vez la medianoche, y la luz, como antorcha de picassiana, sostenía las sombras bajo su foco, apenas retiradas de la casa del poeta, inmóvil.

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"A mi madre" (Mahmud Darwish, poeta / Marcel Khalifé, músico)

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